«Un viaje libre incorpora sabiduría al organismo. Es imposible volver de un viaje libre sin haber aprendido algo: una palabra, un paisaje, un carácter, un sentimiento, una mirada…» Carolina Reymúndez.
El miedo y la incertidumbre forma parte de esa aventura que iniciamos al nacer. La vida es un viaje, pero muchas veces olvidamos que es nuestra naturaleza el constante movimiento. De alguna manera esto ha sido lo que junto a la inteligencia humana nos ha hecho ir más allá. No en vano los nerdentales se extinguieron porque no fueron capaces de zarpar mares si en el horizonte no veían tierra. El hombre moderno rompió ese miedo y sin saber lo que había más allá de esa línea divisoria entre el cielo y el mar surcaron mares para descubrir otros mundos.
Recientemente tuve la oportunidad de organizar un encuentro de viajeros que me dejó gratamente emocionado y sorprendido. Se trata de la segunda edición del Club del Viajero KAYAK. El tema en esta ocasión fue conversar sobre la vuelta al mundo o los viajes de largos recorridos en tiempo y espacio. Los invitados fueron Sele, Luis y Amaia. Tres personajes que tenían en común una contagiosa pasión por viajar, pero sobre todo sin un ápice de ese miedo y esa incertidumbre que nos invade el fantasear con la idea de dejarlo todo por un tiempo para lanzarse al mundo a conquistarlo. Luis y Amaia lo hicieron hace tres años con sus dos hijas y Sele inicia justo mañana un recorrido por Sudamerica con un billete de ida.
Pasado unos días tras ese encuentro me puse a investigar sobre viajeros que han tenido la oportunidad de dar la vuelta al mundo. Confieso que ha sido una práctica de riesgo porque tras leer cada una de las experiencias de estos grandes viajeros te das cuenta de que no es una locura, que no es imposible y que es una experiencia que debería ser una asignatura obligatoria en la educación básica de todos los países. Y por supuesto, te quedas con las ganas locas de coger una mochila y partir sin pensar en el regreso.
De esa búsqueda me gustaría compartir algunos blogs que ya conocía de antemano y otros que descubrí en mi investigación. Blogs que han dado la vuelta al mundo, en el pasado o que aún continúan haciéndolo. A algunos de sus autores los conozco en persona y si un día me atrevo a dejar atrás ese miedo, serán declarados los grandes culpables de esa partida.
Luis y Amaia. Por describirlos de alguna manera él es el cerebro izquierdo y Amaia el cerebro derecho. Ambos decidieron un día dejar de lado su cómoda vida en Madrid y escaparse un año para recorrer más de 37 países en un año. No lo hicieron solos, fueron acompañados por Sara y Ainhoa, sus dos hijas que tuvieron la suerte de nacer en una familia apasionada por viajar. Son en parte culpables o inspiradores de uno de los grandes viajes que hasta ahora he podido hacer: El Transiberiano. Participaron en la primera quedada de viajeros de Minube.com en Fitur 2010 y de allí salimos contagiados de ese exquisito virus viajero. En su blog cuentan sus aventuras, pero sobre todo comparten mucha información práctica para dar una vuelta al mundo.
José Miguel Redondo, o mejor conocido como Sele, parte mañana a Buenos Aires para iniciar un viaje sin billete de vuelta. En su colección de viajes cuenta más de 60 países alrededor de cuatro continentes. Mañana le toca a Sudamérica. Aunque sé que no le va a gustar la comparación, siempre digo que Sele es el Messi de los viajes porque disfruta de su pasión como un niño. ¡Feliz viaje Sele!
Marc Serena no es un chico 10, ¡Es un chico 25! A los 25 años salió de Manresa a descubrir 25 países y conversar con 25 jóvenes de 25 años. El resultado: La vuelta de los 25, su blog que luego creció y se hizo libro. Una recopilación de esas 25 entrevistas que de alguna manera hacen una radiografía actual de la humanidad. Mi capítulo favorito de su libro es el 4: Poesía en medio del horror. La conversación con una poetisa de Zimbabue que le dedica una poesía a su país que Marc resumen de la siguiente manera: «Promete amar a su país aunque sea…como besar una espina«.
Mireia y Marc dejaron Barcelona de octubre 2008 a octubre de 2009 para darle la vuelta al mundo: Nepal, China, Vietnam, Laos, Camboya, Tailandia, Japón, Nueva Zelanda, Isla Fiji, Islas Cook, Guatemala, Honduras, Nicaragua, Costa Rica, Colombia, Perú, Bolivia, Chile, Argentina…En su blog comparten información práctica para llevar a cabo un viaje de largo recorrido. Además organizan charlas y conferencias sobre la vuelta al mundo en Barcelona.
Marta y Gerard, una pareja que rozando los 30 decidieron hacer un break de un año para dar la vuelta al mundo. «Esta página web quiere ser un reflejo de esta aventura y a la vez, un nexo de unión con nuestra realidad, la que hemos conocido hasta ahora. Queremos compartir con vosotros los momentos más especiales, los más divertidos, los más raros, los más curiosos,… en definitiva nos gustaría que nos acompañarais un trocito del viaje!». Según su web, en el momento de escribir este post se encontraban en Yogyakarta, Indonesia.
Carmen le dio la vuelta al mundo hace un par de año: India, Nepal, Myanmar, Tailandia, Camboya, Laos, Vietnam, Indonesia, Malasia, Singapur, Australia, Argentina, Bolivia y Perú…mientras viajaba lo contaba en su blog Trajinandoporelmundo.com. A su regreso a España decide postularse en los premios Bitácoras 2010 al mejor blog de viajes. Aún sin enterarse mucho de cómo iba el tema y de la cantidad de frikis que rodeaban el ambientillo de los Bitácoras, se alza con el premio. Posteriormente tuve la oportunidad de compartir con ella un viaje por Israel, con la que viví una experiencia inolvidable en el Muro de los Lamentos que magistralmente relata en su blog. Su forma de viajar implica una pasión desorbitada…
Aniko cuenta que cuando de pequeña le preguntaban qué quería ser cuando fuera grande y decía con mucha ingenuidad: viajera. Al terminar la universidad se embarcó en un viaje por Sudamérica que duró nueve meses y posteriormente entre 2010 y 2011 viajó por Asia por casi año y medio y así nació Viajandoporahi.es. Hace un par de meses tuve la oportunidad de conocerla en persona puedo dar fe de que su gen viajero es nato y genuino. De momento le sigo los pasos de su viaje por Marruecos…
Carolina Reymúndez es periodista argentina. Toda una institución en el periodismo de viaje en este país: trabajó en el diario La Nación y de diferentes medios de América Latina; además es profesora de periodismo y coautora del libro La Argentina Crónica (2007). Pero más allá de todo eso sus 59 países recorridos y la descripción que hace sobre su blog viajeslibres.com la convierten, al menos para mí, en una bloguera esencial para cualquier viajero.
En mayo tendré el lujo de compartir con ella una mesa redonda en el Foro Latinoamericano de Marketing Turístico Marktur Forum en Buenos Aires y hablaremos sobre la evolución del contenido turístico online. Será una gran oportunidad conversar y aprender de ella.
Si pudiera describir con un sólo adjetivo a la capital holandesa, no se me ocurriera otro más que libertad. Apenas pisar el aeropuerto de Schiphol el aire cosmopolita y abierto de la ciudad se respira en segundos. Pero más aún cuando llegas a la estación central donde tampoco se puede negar ese toque de ciudad perversa tal como lo puede tener ciudades como Londres o Nueva York.
Tras mi última visita por esta ciudad hace poco más de un mes dentro del programa de #Myvuelingcity de Vueling, me percaté de que ya la he conocido en sus cuatro formatos distintos, es decir, en las cuatro estaciones del año. A diferencia de ciudades mediterráneas como Barcelona donde realmente el cambio de estación pasa un poco menos desapercibido, en Ámsterdam ocurre justamente lo contrario. Nada tiene que ver la ciudad en verano con los gélidos y húmedos inviernos que allí se viven. Aún así todo tiene su magia y es por ello que he querido ofrecer apenas algunas opciones que se pueden disfrutar en la ciudad en cada una de las cuatro estaciones:
INVIERNO
Año nuevo en Damm y Tour nocturno por el Red Light Distric
En la Plaza de Damm se organiza una de las celebraciones de fin de año más coloridas de Europa. A pesar del gélido frío que puede llegar a hacer en la ciudad en esta época del año, nada paraliza a los miles de holandeses y turistas que cada año eligen la fiesta y el buen rollo que se puede respirar el 31 de diciembre de cada año.
Durante todo el año esta plaza representa quizás los extremos de una ciudad amada por los liberales y quizás odiada por los más conservadores. Aún así, liberales y conservadores se disfrazan de peatones anónimos para hacer cumplir un rol dentro de fauna rodeada por kioskos de perritos caliente, gofres, refrescos y artistas callejeros. Si hay un lugar en Europa donde debemos detenernos sólo a observar la gente esta es la Plaza de Damm.
Pero invierno también es propicio para dar un paseo por el Barrio Rojo (Red Light District). Más allá de ver la libertad con la que la prostitución se ejerce en esta zona de la ciudad – el único país del mundo donde el oficio más viejo del mundo cotiza en la seguridad social – es aún más interesante ver el perfil de personas que se acercan: japoneses en grupos de 20 ó 30 que se detienen frente a una prostituta para observarla, dejándola metafóricamente «desnuda»; por otro lado jóvenes posts adolescentes curiosos por saber más sobre la movida y las tarifas que cobran cada una de ellas. Aún así, vale la pena deambular por esta especie de experimento social que parece tener sus días contados.
Primavera
Crucero por los canales
Con la llegada de un tiempo más agradable y menos extremo como el que se vive en invierno, creo que una de las actividades que podría disfrutarse es recorrer la ciudad por los canales a través de las diferentes empresas que ofrecen cruceros por la ciudad. El más recomendable a mi parecer es el crucero 100 highlights que sale de la Estación Central y te lleva por los lugares más destacados de Ámsterdam.
Sin embargo, hay otros cruceros más específicos como los que hacen un recorrido nocturno o el crucero que descubre los rincones menos conocidos de la ciudad. E incluso un exclusivo crucero de lujo que parte desde el Casino de Stadhouderskade.
Verano
Ruta en bici por el centro de Ámsterdam
El nombre de la ciudad de Ámsterdam bien pudiera ser también sinónimo de bicicletas por doquier. El lugar donde el medio de transporte por excelencia es ir sobre las dos ruedas se hace mucho más agradable recorrerlo durante el verano. La ciudad cuenta con 15.000 kilómetros de carriles para bicicleta, una cifra impresionante si la comparamos con el tamaño de la ciudad: 750 mil habitantes en 219 kilómetros cuadrados.
En todos los rincones de la ciudad podrás encontrar ofertas para alquilar bicicletas. Las puedes alquilar por horas o por día entero, yo recomiendo hacerlo por un día entero de esta manera tener la posibilidad de parar y hacer un break en alguno de los bares al aire libre que hay en cada esquina y con vistas a sus espectaculares canales.
En mi opinión el barrio más agradable para recorrer en bicicleta es Jordaan. Sigue formando parte del centro de la ciudad, pero con la distancia perfecta para alejarte del bullicio turístico. Además está lleno de galerías de arte y pequeñas tiendas en las que puedes encontrar desde una dedicada a productos relacionados con Los Beatles hasta galerías de arte latinoamericanas.
Dentro de esta ruta no puede faltar hacer una parada en el parque que está justo detrás del Museo Van Gogh, perfecto para hacer merendar y ¿Por qué no? no echarse una buena siesta.
Otoño
Museos, museos y más museos
Una de las cosas que más recuerdo del otoño en Ámsterdam es el viento que sopla y que hace que la sensación térmica baje aún más la temperatura. Es por ello que creo que esta es la época del año en Ámsterdam perfecta para empezar el día desayunado con un delicioso gofre y un café con leche y posteriormente un tour por los mejores museos de la ciudad.
Sin duda el museo más importante vendría a ser el de Van Gogh. Sus instalaciones son bastante modernas y me gusta la forma de cómo cronologicamente podemos descubrir la vida de uno de los máximos exponentes del postimpresionismo nacido en Holanda.
El Museo de Ana Frank exhibe la casa donde la familia Frank estuvo refugiada por dos años huyendo de la persecusión de los nazis a los judíos durante la Segunda Guerra Mundial. Para entender mejor el museo creo que es necesario leer previamente el Diario de Ana frank, de esta manera se puede entender mejor el horror vivido por esta familia durante una de las épocas más oscuras de Ámsterdam. Sin embargo, lo que más me parece interesante de este museo es el espacio interactivo que hay al terminar el recorrido en el que todos los visitantes podemos participar en preguntas relacionadas con las desigualdades y discriminación.
Mi gran descubrimiento en la última visita a Ámsterdam fue el Centro de Arquitectura de Ámsterdam (ARCAM). Un increíble edificio que pertenece a una fundación dedicada a la arquitectura de la ciudad. Está abierto al público y su acceso no tiene coste alguno.
Estos son apenas tres de los museos que se pueden visitar en Ámsterdam, pues existen otras decenas de museos de arqueología, arte, cine y fotografía, arquitectura, barcos, ciencia y tecnología, cultura, cera, sexo, fútbol, historia, periodismo, religión y teatro. Si quieres conocerlos puedes visitar este apartado de museos que ofrece Amsterdam.info.
Y ya van tres entregas de este post que sin querer empieza a tener continuidad en el blog. No paramos de descubrir a grandes viajeros que con su particular y especial visión hacen grandes cosas con sus cámaras.
Caminando por las calles de Moscú (Guirilandia.com)
Jorge Ruiz es un español que en 2008 decidió irse a vivir a Londres y desde entonces empezó a escribir un interesante blog en el que relata su experiencia como extranjero y como viajero en Inglaterra. Recientemente estuvo en Moscú y como resultado sacó este interesante vídeo:.
Londres (Alanxelmundo.com)
Alan comparte la actuación con su pasión por viajar. Posee un estilo fresco y con su acento mexicano le imprime un interesante ritmo a sus vídeos:
Mar Muerto, Masada y Qumrán (Tusdestinos.net)
María Jesús Tomé y Juan Coma, dos grandes profesionales con una agenda viajera de vértigo, describen en pocos minutos el Mar Muerto y Masada, lugares que conocí el año pasado y cuyas imágenes me hicieron recordar ese inolvidable viaje:
Hoy último día del año me gustaría compartir un vídeo que recoge mis últimos 12 meses y los lugares que he recorrido y de los que he hablado en el blog durante todo este tiempo. ¡Feliz 2012!
Tres años han pasado desde que fui la última vez a Ámsterdam. Mañana será la quinta vez que me toque visitar esa ciudad, y en esta ocasión lo será muy bien acompañado. Nuestros amigos de Vueling y ScannerFM nos han invitado a descubrir esta ciudad bajo su particular óptica: amable, alternativa y creativa. El proyecto #MyVuelingCity en el que estamos involucrados 4 blogueros españoles (Pau, Sele, Iñaki y yo) y cuatro blogueros de Italia, Francia, Inglaterra y Holanda (Sonia, Michael, Dylan y Monique).
La idea es tan simple como interesante: cada bloguero español visitará una ciudad europea (Roma, Ámsterdam, Londres y París) y un bloguero de cada uno de esos países viene a las ciudades de dónde partimos cada bloguero español (Madrid, Bilbao, Barcelona y Valencia). Todos recorreremos estas ciudades siguiendo las recomendaciones de la web MyVuelingCity.com y en febrero nos encontraremos todos en Barcelona para compartir la experiencia que vivió cada uno de nosotros.
Si es verdad que todos los caminos llevan a Roma, el que encontré para llegar a ella fue quizás uno de los más tortuosos, pero no menos sorprendentes. Hasta ahora Italia era uno de los países de Europa que más se me resistía, y lo fue así incluso hasta el momento de aterrizar en el aeropuerto de Ciampino.
El vuelo salió de Barcelona a la hora programada. Despegue correcto y vuelo tranquilo. Mientras, aprovechaba para revisar una guía histórica sobre Roma y profundizar un poco más sobre la riqueza cultural de esta ciudad. Descubro también el mapa de la ciudad y logro al menos tener una idea visual del lugar – soy un neurótico de los mapas y siempre quiero saber dónde está el norte -.
Cuando ya toca empezar a descender el piloto anuncia que debido a una tormenta en Ciampino debíamos esperar a que remitiera para poder aterrizar. Empezó siendo una espera tortuosa debido a turbulencias que pusieron verde no sólo a los pasajeros, sino también a la tripulación. Pero el momento fue maravilloso gracias a un pequeño detalle: entre el mareo y las nubes de pronto se abrió ante mí Roma vista desde el cielo. Olvidé por un momento el mareo y pude contemplar la ciudad tal y como instantes antes lo hacía con el mapa de la guía histórica.
Allí a mis pies tenía a Italia y su grandiosa capital: El Vaticano, El Coliseo, Pizza Venezia, Piazza Espagna, Trastévere…tuve tiempo para reconocer uno a uno los más grandes iconos de Roma.
Allí estaba la ciudad que tiene un punto de caos latino necesario para entenderla, a ella y a sus habitantes.
Allí estaban las calles empedradas cuyo roce con la rueda de los coche generan un sonido peculiar y hasta cinematográfico.
Allí estaban las cientas de calles y plazas sin salida tomadas por bares, turistas perdidos buscando Via El Corso o una pareja aprovechando el aire romántico de la ciudad para expresar su amor.
Allí estaban las pizzas por doquier, tan deliciosas como fotogénicas por su sabor y los múltiples colores de sus ingredientes.
Allí estaba Via El Corso con una decoración navideña basada en una increíble bandera italiana hecha de luces que se extendía desde la Piazza del Popolo hasta Piazza Venezia.
Allí estaba la Fontana di Trevi y decenas de turistas de espalda a ella, recibiendo tres monedas por cada uno de ellos. A ver si les aseguraba salud, felicidad y sobre todo volver a Roma.
Allí estaban los kioskos que vendían los Ciambelle romano, fáciles de reconocer por los envases gigantes de Nutella que daban la bienvenida a cualquier amante de este manjar.
Allí estaban las miles de motos Vespa, el ícono en movimiento indiscutible de Roma.
Allí estaba la eterna cola para entrar a la Catedral de San Pedro y sus cientos de turistas imaginando a Miguel Ángel construyendo su cúpula.
Allí estaba en lo más alto de la Piazza Venezia una gaviota mirando al horizonte, convirtiéndose en protagonista de fotos realizadas por los turistas que luego recorrerían el mundo y el ciberespacio.
Allí estaba la iglesia de la Trinità dei Monti, en lo más alto de la Piazza Espagna. El lugar donde con mucho descaro entré para resguardarme del frío y descubrí un coro de monjas que con su canto lograron encaminarme a una súbita siesta.
Allí estaba el Coliseo de noche, con una energía capaz de erizar la piel y recordar a saber las miles de historias que se tejieron allí dentro.
Tras 40 minutos de espera en el aire logramos finalmente aterrizar y entonces descubrí otra frase más para esta ciudad: después de la tormenta ¡Roma!
¿Qué tienen en común la caribeña isla de Margarita y las verdes montañas del pre-Pirineo catalán de la Vall de Lord? A simple vista nada. Pero desde el fin de semana pasado les une una exclusiva botella de ron Santa Teresa 1796. El hilo conductor de un viaje de tres días que nos llevó no sólo a degustar la exquisita botella de ron venezolano con gotas de añejamiento de 80 años, sino también a descubrir un pequeño rincón de Cataluña. Más cerca de Barcelona de lo que muchos piensan, pero también más lejos de su asfaltado espíritu urbano.
Sant Llorenç de Morunys
Sant Llorenç de Morunys fue el centro de operaciones para conocer el resto de los lugares que comprende la Vall de Lord. Desde una muy acogedora y familiar casa rural llamada Ca l´Enric tuvimos la oportunidad de conocer las calles de este diminuto pueblo de unos 1.000 habitantes cuyo recorrido por el casco histórico debe comenzar, eso sí, con un café en el Bar Llohis. El típico bar de pueblo que ofrece imágenes cinematográficas por doquier, ya sea por el grupo de amiguetes ancianos que se reúnen allí para hablar de a saber qué cosas o por la vista a través del cristal que refleja en un instante el ritmo pasible y sosegado del pueblo.
Sus recovecos empedrados que desemboca en la Plaça Major son inolvidables. Aún así, a nivel arquitectónico creo que el gran protagonista es el Monasterio con un pequeño y algo lúgubre patio interior que data de 1297 cuando Sant Llorenç se formó como Villa Franca en el camino de Cardona a la Seu d`Urgell. Cuidado eso sí cuando intentes entablar una conversación con algún local, lo intenté con la señora del forn de pa (panadería), se emocionó al ofrecerme el brownie envuelto o para llevar y no me enteraba de nada. Y allí descubrí que mi catalán barcelonés no valía de nada. Sin embargo, no olvido su entrañable sonrisa y su orgullo por ofrecernos sus mejores productos: ensaimada, brownie, coca de sucre (azúcar) o de mantequilla…
El Santuari de Lord
El Santuari de la Mare de Déu de Lord es quizás la joya más preciada de toda la Vall de Lord. Se trata de una montaña ubicada a casi 1.200 metros de altura cuya cima tiene como guinda una impresionante iglesia del siglo XI-XII, superviviente de los embates de guerras milenarias. Desde 1971 está habitada por una comunidad diosesana de monjes benedictinos y hasta hace un par de años el contacto de éstos con el mundo era casi inexistente, sin embargo, pronto convirtieron parte de la edificación en un hostal religioso lo cual cambio sus estilos de vida.
La connotación espiritual del lugar se siente aún más en el mirador del Santuari desde donde se puede contemplar una panorámica del pantano de la Llosa del Cavall, parte del pueblo de Sant Llorenç de Morunys, la montaña del Port del Comte y si hay buen tiempo el serperteante vuelo de las águilas.
La Font de la Puda
Si hay algo de lo que se enorgullecen los piteus – el gentilicio de la población de Sant Llorenç que surgió debido a la inmigración en la época medieval de tejedores provenientes de la región francesa de Poitou – es de las propiedades medicinales que contiene el agua sulfurosa que sale de la famosa Font de la Puda.
El olor del agua no le hace justicia al sabor, pero sobre todo a lo sano que pueda ser. Si alguien llega allí sin conocer a ciencia cierta sus propiedades cualquier podría pensar que se trata de un agua estancada que ha cogido mal olor. Es por ello que nada mejor que ir con un local quien con toda seguridad te convencerá para probar el agua. Y si no, corres el riesgo de ser declarada persona non grata de Sant Llorenç.
La Coma
Es el clásico ejemplo de pueblo de montaña que muchos urbanitas creemos que ya no existe. Al recorrer las calles de La Coma da la sensación de que estamos en un poblado fantasma, pero su núcleo antiguo, recientemente rehabilitado y reconocible porque se encuentra al paso de la carretera c-462, revela que su población sigue allí, sumida entre un increíble y vertiginoso valle entre la Sierra del Port del Comte y del Verd.
El sonido de la Font del Cardener rompe a lo lejos con el silencio absoluto de La Coma.
Font de Cardener
Poco después de pasar la entrada para llegar a la Font de la Puda y el poblado de La Coma i La Pedra se encuentra la Font de Cardener que no es más que el lugar en el que nace el río Cardener, uno de los principales afluyentes del Río Llobregat. Está ubicado en un impresionante valle entre las sierras del Port del Comte y la del Verd a unos 2.300 metros sobre el nivel del mar.
Las fuentes que dan vida al río Cardener constan de unos hipnotizantes saltos de agua, pero también hay un área de picnic ideal para hacer una barbacoa en este lugar tan relajante.
En este viaje nos quedaron tres puntos importantes por conocer: El Tossal de la Creu del Codó, El Romànic (ruta de las ermitas) y El Pedró dels quatre batlles (el punto más alto de la Vall de Lord). Una buena excusa para deshacer y hacer nuevamente el camino andado por este pequeño rincón tesoro de la Cataluña profunda.
Más información:
Lavalldelord.com
Chris vuelve a la carga. Esta vez desde Canadá salta a África para sorprendernos con su último viaje a Kenia y enseñarnos por qué es uno de esos lugares en el que se puede encontrar el verdadero color de la felicidad.
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Cuidado si vas a Kenia. No digo que tengas cuidado con los animales salvajes, ni del fortísimo sol a mediodía, que también, no digo cuidado con pasarte con los Dawas (una especie de margarita de vodka que entra que da gusto y sale que da pena). No amigo mío, sobre todo ten cuidado porque puede que te enamores de Kenia y te quedes ahí para siempre. ¡Hala, que exagerado! – Dirás. Pues que sepas que ya conozco a tres matrimonios españoles a quien les ha pasado lo mismo.
Acabo de volver de un viaje relámpago, en compañía de un más que divertido grupo de agentes de viaje, visitando alojamientos turísticos regentados por españoles en Kenia. Tres propiedades muy diferentes y tan únicas e irrepetibles como sus propietarios pero los tres tienen mucho en común. Todos empezaron como, y de hecho siguen siendo, la casa particular de españoles cuyo sueño era tener su casa en Kenia. Los tres se dieron cuenta después que invitando a otros españoles a compartir su sueño por unos días (pagando, claro está) podrían costear su mantenimiento. Ninguno de estos enamorados de Kenia se considera hotelero y ninguno aspira a más que eso…poder seguir en Kenia. Pero las similitudes entre los guiones de estos tres proyectos de película no paran aquí ya que todos tienen un proyecto social vinculado con la comunidad local, todos dan empleo a gente local y todos creen en la excelencia en todo y ante todo.
Aquí hablo de dos de estos proyectos porque ambos se encuentran en el Maasai Mara. El tercero, en Lamu en la costa es tan diferente que he pensado mejor dejarlo para otro post sobre la costa de Kenia.
Nuestra primera parada fue el Cheetah Tented Camp en cuya puerta nos recibió Jorge Alesanco. Con una amplísima sonrisa de sincera hospitalidad que radiaba más luz que las antorchas de keroseno que encendían el camino a su campamento de lujo a orillas del río Mara. Jorge rebosaba ilusión e impaciencia por enseñarnos su lugar favorito de la tierra como un niño que quiere enseñarte lo que le han traído los Reyes Magos. Su sonrisa, contagiosa y llena de “buen rollo”, se quedó grabada en su cara de niño travieso durante toda nuestra estancia. Había algo en esa sonrisa que me daba envidia, sana por supuesto, y pronto caí en que es la sonrisa de un hombre plenamente satisfecho, un hombre que tiene todo lo que ha soñado tener y ahora sólo le queda disfrutar de cada día de su vida. Curiosamente, pero seguro que no por casualidad, la sonrisa de Jorge que estoy seguro no se quita ni para dormir, me recordó a los Maasais que le rodean. Los Maasais tiene todo lo que necesitan casi desde que nacen. Viven en armonía con el increíble eco-sistema que es el Mara y sobre todo viven en paz con la naturaleza y con ellos mismos. Siempre están sonriendo y no sabrían fingir su felicidad.
Hablando con Jorge y con su mujer, Mariola, era evidente que no se consigue el paraíso sin esfuerzo. Aunque aman a África casi tanto como aman a su pareja, como si de un matrimonio se tratara hay momentos en los que no lo aguantan. Entre el “pole pole” (despacito, despacito) y el “akuna matata” (“no problema”) los Maasais tienen una tranquilidad que saca de quicio a cualquiera que no haya entrado por completo en su onda. Me contó Jorge que una vez uno de sus empleados había hecho no se que pifia y Jorge, desesperado, suspiró – ¿Pero qué voy a hacer contigo? – y con toda espontaneidad el empleado le pasó un brazo por el hombro y contestó – Olvídalo y serás más feliz.
El Cheetah Tented Camp es un proyecto casi temporal para Jorge y Mariola, cuya finalidad es costear la estancia en Kenia hasta que puedan realizar su auténtico sueño de desarrollar un proyecto, único en el mundo, de conservación del guepardo. Jorge es un biólogo y experto en conservación y, por lo tanto, pasear con él por el Maasai Mara, en safari a pie, en todo terreno, game-drive nocturno o un paseíto por el jardín del campamento es un auténtico lujo. Jorge explica todo mejor que un documental de la dos y de manera bastante más animada.
El Cheetah tented camp está situado en un emplazamiento ideal, en la orilla del río Mara (desde las tiendas superiores se pueden ver hipopótamos y cocodrilos). Está en una “conservancy” o zona protegida de conservación muy cerca de la reserva natural del Maasai Mara. La reserva es desde luego una maravilla digna de ver y llena de animales, pero en ciertas épocas del año puede estar un poco saturado de turistas. En el conservancy, sin embargo, también están todos los mismos animales (ten en cuenta que la reserva no tiene vallas y los animales entran y salen con absoluta libertad). La experiencia es casi más auténtica y más exclusiva ya que en el game drive estamos solos y no en un atasco de vans y 4×4 que se llaman entre si por radio para decir dónde están los animales. El campamento dispone de cuatro tiendas dobles, todas con cuarto de baño completo. Las dos tiendas superiores son de auténtico lujo, terrazas panorámicas sobre el río, mucho espacio y un gran cuarto de baño. Las otras dos tiendas son más sencillas pero perfectamente adecuadas y cómodas. El salón, comedor y el bien surtido bar, se encuentran todos bajo una gran carpa con una chimenea de piedra.
He estado en lodges dentro de la reserva natural y me lo he pasado genial, pero la verdad es que la experiencia que se vive en un campamento tan exclusivo e íntimo como el Cheetah Tented camp o el Enkerende, (que visitamos después) no tiene nada que ver con el típico safari de paquete. En los lodges normalmente se incluyen dos game drive: una de dos horas por la mañana y otras dos horas al atardecer y punto. Pero aquí, el cliente manda y puede salir a ver animales como y cuando quiera. Después de un generoso aperitivo de vino y embutidos españoles sale el tema de lo animales nocturnos –¿Queréis verlos?– nos pregunta Jorge como si se le acaba de ocurrir la idea por primera vez, y dicho y hecho, diez minutos más tarde los focos de su todo terreno estaban iluminando una variedad enorme de fauna, en un improvisado pero espectacular game-drive nocturno. Todo ello antes de dar buena cuenta a una cena, café y copas delante de la chimenea.
A la mañana siguiente me desperté en la comodísima cama de mi tienda con un hipopótamo bailando claqué sobre mi cabeza…bueno eso me parecía hasta que me acordé que el “todo incluido” del Cheetah Tented Camp no tiene límite y aparentemente yo tampoco lo tengo. “Tengo que quitarme a este hipopótamo de la cabeza” me propuse y después de jurar que no volvería a beber en la vida y de una ducha caliente en el completísimo cuarto de baño de mi “tienda” salí a despejarme en el aire fresco que subía del río Mara. Durante el paseo por los jardines del campamento me parecía que seguía soñando (o seguía bajo los efectos de la hospitalidad de Jorge) porque los árboles y aves estaban pintados en los tonos anaranjados de los primeros rayos del sol africano y de hipos y cocodrilos bañados por el rojizo agua río mara como de la mano de Gaugin.
Antes de encontrarme con Jorge y el guía Maasai, William, para un paseo por la orilla del río, este lugar había obrado el milagro: el hipo había dejado el claqué cerebral para volver con su familia en el río y su lugar en mi cabeza estaba ocupado por una gran ilusión por disfrutar de otro día de sensaciones únicas.
Después del paseo a pie en el que vimos jirafas, cebras, ñus, okapis y gacelas todo ello ilustrado por las enciclopédicas explicaciones de William sobre la interpretación Maasai de la naturaleza me sorprendió mi apetito que reapareció de repente como un corcho que sale triunfal a la superficie después de un tsunami de “primeras marcas”. “Debemos volver a desayunar” comenté a William y este se limitó a señalar con su lanza a un punto un poco más allá, al otro lado de uno de las mayores salidas de hipopótamo del Mara, donde una mesa estaba puesta y esperaban los cocineros del campamento ansiosos por prepararme un tortilla a mi gusto en pleno campo.
Así que es ese sitio, escasas dos horas después de jurar que no probaría el alcohol en la vida, me encontraba brindando junto al incombustible Jorge con cava “por el sol y la luna”. Aquí sol y luna seguían altos en el cielo al mismo tiempo como si ninguno quisiera perder ni un momento de la jornada en este paraíso. Yo igual que la luna no quería romper la magia y despedirme de ese sitio ni de la gente que lo mantenía tan especial pero igual que ella sabía que era inútil resistirme a lo inevitable. Así pues tuvimos que despedirnos del Cheetah Tented Camp que, aunque inevitable no resultaba sencillo porque la plantilla entera salió a darnos un abrazo cariñoso y sincero a cada uno. Todo el personal del campamento se quedó saludando con la mano y hasta que nuestro todoterreno se perdió en el horizonte y el polvo rojizo tapaba todo menos sus imborrables y blancas sonrisas como el gato invisible de Alicia en su país de maravillas.
En los pocos kilómetros que hay desde el campamento hasta la puerta de la reserva vimos elefantes, babuinos, jirafas, cebras, antílopes, chacales, hienas, búfalos y un larguísimo etc. Jorge y William no sólo avistaron los animales sino que nos explicaron mucho sobre su comportamiento y sobre el ecosistema que habitan. Por ejemplo vimos a dos leones custodiando a una leona solitaria y de mirada triste. Jorge nos explicó que los leones son nómadas hasta que forman su propia manada y que estos dos jóvenes nómadas habrían “raptado” a la pobre leona la noche anterior. Quinientos metros más adelante encontramos al león a quien seguramente habrían quitado la hembra. Intentar impedirlo le había costado literalmente un ojo de la cara.
La experiencia de observar estos animales en su entorno natural no tiene nada que ver con verlos en cautividad. Es difícil explicar la emoción de encontrar a un grupo de leonas en su “contexto natural”, a la sombra de un árbol y rodeadas de kilómetros y kilómetros de campo, salpicado por grandes manadas de animales salvajes que se pierden por el colorido y amplísimo horizonte. Aquí hasta el cielo parece más grande.
Mientras contemplaba escena tras escena como alguien que admira por primera vez hermosos cuadros en un museo, poco a poco empezaba a comprender. Aquí todas las piezas encajan, la naturaleza, en todo su esplendor y crudeza, el paisaje, la fauna, la flora y hasta el hombre parecen tener su lugar y su papel en esta gran comedia de la vida. Empecé a entender porque los Maasai han protegido durante siglos su cultura y estilo de vida sin aspirar a “mejorarlo” y comprendí porque Jorge y Mariola no quieren vivir en ningún otro sitio del mundo.
Mi siguiente parada fue en otro campamento español a orillas del Mara, un poco río arriba. Al conductor de nuestro 4×4 le costó encontrar el Enkerende Tented Camp, no sólo porque lleva poco más de un año en funcionamiento sino porque está tan integrado en el entorno que no tiene ni caminos ni vallas. Cuando por fin cruzamos el sencillo arco de ramas de acacia que señala la entrada al campamento y el inicio de la experiencia Enkerende nos recibieron un grupo de Maasai con su característica sonrisa y su baile tradicional. Esta gente saben dar la bienvenida como nadie. No es casualidad que en su idioma no existan las palabras “forastero” o “extranjero” sino solamente “huésped” o “invitado”. El singular comité de bienvenida incluía también una joven gacela Thompson llamado Keko que fue adoptado por Rául y Cristina, los dueños alicantinos del Enkerende.
Seguimos pues el cortejo hasta el campamento en sí, donde nos esperaban Raúl y Cristina. Primero nos enseñaron, con merecido orgullo, el campamento: dos tiendas dobles (o triples) con vistas al río y dos con vistas al campo donde pastan cebras y jirafas, todas comodísimas y con originales y completos cuartos de baño. También cuentan con la zona de bar y restaurante (que se usa sobre todo cuando llueve porque la mayoría de las comidas se sirven en originales y hermosos rincones al fresco) y hasta una pequeña piscina. Después del tour acompañamos a nuestros anfitriones en un corto paseo hasta uno de esos rincones singulares, justo a la orilla del río, donde nos habían preparado un almuerzo de lujo. Una vez más fue todo un desafío no mancharme porque tuve que repartir mi concentración entre los hipopótamos a escasos metros de distancia, la vista espectacular, escuchar la historia de Raúl y Cristina y atinar con la lasaña y el vino.
Por la tarde Raúl y uno de los Maasais de la “familia Enkerende”, que así se refieren Raúl y Cristina a sus empleados (quien a su vez les corresponden llamándoles “Mama y Papá”) nos sugirieron un safari a pie. Desde la misma puerta del campamento pudimos ver animales pero sobre todo había muchísimo que aprender de la inagotable sabiduría Maasai que sabe interpretar cada centímetro de su amada tierra. Desde los rastros y excrementos de los animales a cada hoja, rama, flor o corteza de cada árbol, insectos, rocas…todo tenía su historia, su porque y su lugar.
Este fue mi tercer viaje a Kenia y me sigue sorprendiendo. En el primero, hace 20 años, me fijé, como todo el mundo, en los animales. Porque la primera vez que uno ve un elefante de cerca en su hábitat natural impresiona mucho y no necesitas más estimulo que eso (también me fijaba en mi esposa claro porque estaba de luna de miel). En mi segundo viaje, el año pasado, me impresionó más el paisaje y los colores, es decir el contexto en el que observaba a los animales que era tan bello y conmovedor como los animales en si.
Esa noche disfrutamos primero de una Tusker (la cerveza local) reunidos alrededor de una gran hoguera mientras comentábamos la experiencia Enkerende de esa tarde y luego degustamos manjares africanos en una divertida cena a la luz de las linternas de keroseno colgadas de un árbol seco.
En esta, mi tercera visita, y gracias a Raúl y Cristina, Jorge y Mariola y sus respectivos equipos estaba disfrutando de los detalles de Kenia. Disfrutaba de las formas y texturas, de olores y sabores. Raúl habla siempre de “la Experiencia Enkerende” para intentar transmitir todo lo que sienten sus clientes cuando les lleva a una Manyatta Maasai o un mercado de ganado, cuando abrazan a los niños en la escuela que están manteniendo con las ganancias del Enkerende o cuando acampan en una tienda temporal durante una excursión de dos días a pie en plena naturaleza. Estuve muy poco tiempo en este lugar, demasiado poco para mi gusto, pero lo suficiente para comprender esta vocación experiencial de Raúl y Cristina. En cualquier de los muchos lodges o campamentos más famosos de Kenia vas a quedar plenamente satisfecho y probablemente maravillado. En cualquiera de ellos vas a ver Kenia en todo su esplendor pero en estos dos proyectos tan individuales y llevados con tanto cariño y pasión, no sólo ves Kenia, y más de cerca, sino que sientes Kenia. La diferencia es como pasar por delante de una chica guapísima en el coche (que siempre anima) o bajarte a invitarla a cenar (que puede cambiar tu vida para siempre). Pero te repito el aviso con el que comencé este post…cuidado Kenia te puede enamorar.
Una de las cosas que más disfruto de mi trabajo es tener la posibilidad de crear acciones de comunicación y marketing para mostrar el mejor rostro de los más increíbles rincones del planeta. Siempre digo que de las cosas negativas del mundo ya se encargan los telediarios, y por eso comparto la tesis de un personaje al que admiro y respeto: «si aprendes a viajar, aprendes a valorar la vida. Sólo con la experiencia de primera mano comprenderás otras culturas y a cada ser que las forma«.
Hace unas semanas he tenido la suerte de organizar el Club del Viajero KAYAK, un encuentro de viajeros y blogueros, cuya primera edición se centró en un rincón del mundo que descubrí hace unos meses: Laponia. Para ello invitamos a tres personajes que conozco muy bien personalmente y que admiro por ser viajeros apasionados, de esos que son capaces de dejarlo todo por vivir la aventura de descubrir cualquier lugar del mundo. Se trata de Doris Casares, Quique Cardona y Rafa Pérez, tres grandes blogueros españoles que este año tuvieron la oportunidad de descubrir un pequeño pedazo de ese lugar que traspasa el Círculo Polar Ártico.
Como resultado de esa charla ha salido un pequeño vídeo resumen que comparto a continuación. Espero poder seguir viajando de manera simbólica organizando más encuentros como éste.
Hay lugares llenos de historias: ensordecedoras, trágicas, de amores imposibles, de odios por diferentes motivos, de episodios de guerra o de felicidad. Pero también muchos otros que se construyen gracias a una promesa de amor. La historia del Castillo de Kylemore combina romanticismo, felicidad efímera y tragedia en las mismas dosis. Un castillo ubicado en un idílico paisaje del condado de Connemara al oeste de Irlanda cuya energía que se percibe en este lugar pareciera querer revelar esa historia de amor truncada por la desgracia y el infortunio.
Mitchell Henry era un importante político y empresario de Manchester del siglo XIX que solía disfrutar sus veranos en los increíbles paísajes del Condado de Connemara en Irlanda. Era un destino muy popular entre la burguesía inglesa e irlandesa para la pesca y la caza que con el paso de los años se convirtió en el lugar fetiche de Mitchell. La obsesión por ese lugar lo compartía con quien para ese entonces era su novia: Margaret.
Un día Margaret le confiesa a Mitchell que era su gran sueño vivir entre las montañas de Connemara. Llegó el momento de su boda para la que Mitchell se gastó gran parte de su fortuna para mandar a construir un castillo con bosques y jardines en una de las colinas favoritas de ambos en Connemara. Era la forma de cómo él quiso demostrar su amor incondicional hacia Margaret. En 1867 tendrían como residencia fija ese Castillo construido para ella.
Como gran empresario visionario y gracias a su fortuna traída de una Inglaterra más floreciente que la Irlanda deprimida de la época, Mitchell convirtió el castillo y sus alrededores en una especie de experimento comercial y político que le trajo a la región un florecimiento económico milagroso, hecho que convirtió a este personaje en un héroe local. Tanto así que su poder e influencia económica le permitió representar por 14 años al condado de Galway en el parlamento irlandés.
Sin embargo, el destino le dio muy pocos años de felicidad. En 1874 deciden hacer un viaje de vacaciones a Egipto y allí Margaret cae enferma de tifoidea. Su gravedad fue de tal magnitud que no hubo tiempo de llevarla de vuelta a Irlanda y nada pudieron hacer para evitar su muerte. Mitchell vuelve completamente desconsolado a Kylemore y decide construir un mausoleo para que sus restos descansaran allí, en ese lugar tan especial donde siempre margaret quiso vivir.
La tragedia tocó las puertas de su vida pocos años después de la pérdida de su esposa, cuando su hija también muere de manera trágica.
Fue ese hecho el que finalmente hizo decidir a Mitchell abandonar el castillo y todo lo que había construido a su alrededor. Eran demasiados los recuerdos trágicos a los que debía tener que enfrentar cada día en ese lugar de ensueño que un día representó la promesa de amor a su esposa Margaret.
El castillo terminó en manos de un grupo de monjas benedictinas que huyeron de Bélgica durante la Primera Guerra Mundial, desde entonces y hasta hace pocos años se convirtió en un colegio exclusivo para las hijas de los empresarios y políticos europeos.
Hoy en día está abierto al público una parte del castillo así como el Mausoleo donde descansan los restos de la familia Henry. Sin duda es un lugar espectacular cuya historia pareciera ser narrada por el aire bucólico que se respira alrededor y su belleza pudiera representa aquella promesa de amor que un día significó Kylemore para Mitchell y Margaret.
Más información:
kylemoreabbeytourism.ie
Discoverireland.com/es/
El Mar Muerto está a poco más de 400 metros bajo el nivel del mar. El primer síntoma de estar en el punto más bajo del planeta se percibe cuando nos alejamos desde la carretera número 90 que une Jerusalén con el lado israelí del Mar Muerto, la sensación es la misma cuando se está en pleno proceso de aterrizaje o despegue y la presión cambia estrepitosamente y los oídos enloquecen…
Una de las experiencias más divertidas e impresionantes que se puede vivir por el Desierto de Judea es recorrer gran parte de este con un tour en jeep. La morfología de este desierto desconcierta por su estructura morfológica con impresionantes terrazas con escarpes. Da la sensación de estar en medio de un planeta desconocido.
Tuvimos la suerte de encontrarnos con un experimientado guía que parecía más bien sacado de Jamaica que de su Tel Aviv natal. Motor encendido y reaggee a todo volumen la aventura por el desierto de Judea terminó siendo uno de los momentos inolvidables del viaje.
El recorrido lo hicimos al caer la tarde cuando la luz en esta zona del planeta se funde entre un tenue malva que se difumina en el extraño color plateado azul que muy en el fondo revela el Mar Muerto. El silencio adquiere una característica distinta a la que conocemos, se antoja de ser melodioso y el viento deja en los labios una sensación de alta concentración salina.
Gracias a las peripecias del conductor logramos adentrarnos en las entrañas del desierto, llegando a tener la sensación de estar completamente solos en el mundo. De esas que pocas veces tenemos oportunidad de sentir en un planeta super poblado.