Chris vuelve a la carga. Esta vez desde Canadá salta a África para sorprendernos con su último viaje a Kenia y enseñarnos por qué es uno de esos lugares en el que se puede encontrar el verdadero color de la felicidad.
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Cuidado si vas a Kenia. No digo que tengas cuidado con los animales salvajes, ni del fortísimo sol a mediodía, que también, no digo cuidado con pasarte con los Dawas (una especie de margarita de vodka que entra que da gusto y sale que da pena). No amigo mío, sobre todo ten cuidado porque puede que te enamores de Kenia y te quedes ahí para siempre. ¡Hala, que exagerado! – Dirás. Pues que sepas que ya conozco a tres matrimonios españoles a quien les ha pasado lo mismo.
Acabo de volver de un viaje relámpago, en compañía de un más que divertido grupo de agentes de viaje, visitando alojamientos turísticos regentados por españoles en Kenia. Tres propiedades muy diferentes y tan únicas e irrepetibles como sus propietarios pero los tres tienen mucho en común. Todos empezaron como, y de hecho siguen siendo, la casa particular de españoles cuyo sueño era tener su casa en Kenia. Los tres se dieron cuenta después que invitando a otros españoles a compartir su sueño por unos días (pagando, claro está) podrían costear su mantenimiento. Ninguno de estos enamorados de Kenia se considera hotelero y ninguno aspira a más que eso…poder seguir en Kenia. Pero las similitudes entre los guiones de estos tres proyectos de película no paran aquí ya que todos tienen un proyecto social vinculado con la comunidad local, todos dan empleo a gente local y todos creen en la excelencia en todo y ante todo.
Aquí hablo de dos de estos proyectos porque ambos se encuentran en el Maasai Mara. El tercero, en Lamu en la costa es tan diferente que he pensado mejor dejarlo para otro post sobre la costa de Kenia.
Nuestra primera parada fue el Cheetah Tented Camp en cuya puerta nos recibió Jorge Alesanco. Con una amplísima sonrisa de sincera hospitalidad que radiaba más luz que las antorchas de keroseno que encendían el camino a su campamento de lujo a orillas del río Mara. Jorge rebosaba ilusión e impaciencia por enseñarnos su lugar favorito de la tierra como un niño que quiere enseñarte lo que le han traído los Reyes Magos. Su sonrisa, contagiosa y llena de “buen rollo”, se quedó grabada en su cara de niño travieso durante toda nuestra estancia. Había algo en esa sonrisa que me daba envidia, sana por supuesto, y pronto caí en que es la sonrisa de un hombre plenamente satisfecho, un hombre que tiene todo lo que ha soñado tener y ahora sólo le queda disfrutar de cada día de su vida. Curiosamente, pero seguro que no por casualidad, la sonrisa de Jorge que estoy seguro no se quita ni para dormir, me recordó a los Maasais que le rodean. Los Maasais tiene todo lo que necesitan casi desde que nacen. Viven en armonía con el increíble eco-sistema que es el Mara y sobre todo viven en paz con la naturaleza y con ellos mismos. Siempre están sonriendo y no sabrían fingir su felicidad.
Hablando con Jorge y con su mujer, Mariola, era evidente que no se consigue el paraíso sin esfuerzo. Aunque aman a África casi tanto como aman a su pareja, como si de un matrimonio se tratara hay momentos en los que no lo aguantan. Entre el “pole pole” (despacito, despacito) y el “akuna matata” (“no problema”) los Maasais tienen una tranquilidad que saca de quicio a cualquiera que no haya entrado por completo en su onda. Me contó Jorge que una vez uno de sus empleados había hecho no se que pifia y Jorge, desesperado, suspiró – ¿Pero qué voy a hacer contigo? – y con toda espontaneidad el empleado le pasó un brazo por el hombro y contestó – Olvídalo y serás más feliz.
El Cheetah Tented Camp es un proyecto casi temporal para Jorge y Mariola, cuya finalidad es costear la estancia en Kenia hasta que puedan realizar su auténtico sueño de desarrollar un proyecto, único en el mundo, de conservación del guepardo. Jorge es un biólogo y experto en conservación y, por lo tanto, pasear con él por el Maasai Mara, en safari a pie, en todo terreno, game-drive nocturno o un paseíto por el jardín del campamento es un auténtico lujo. Jorge explica todo mejor que un documental de la dos y de manera bastante más animada.
El Cheetah tented camp está situado en un emplazamiento ideal, en la orilla del río Mara (desde las tiendas superiores se pueden ver hipopótamos y cocodrilos). Está en una “conservancy” o zona protegida de conservación muy cerca de la reserva natural del Maasai Mara. La reserva es desde luego una maravilla digna de ver y llena de animales, pero en ciertas épocas del año puede estar un poco saturado de turistas. En el conservancy, sin embargo, también están todos los mismos animales (ten en cuenta que la reserva no tiene vallas y los animales entran y salen con absoluta libertad). La experiencia es casi más auténtica y más exclusiva ya que en el game drive estamos solos y no en un atasco de vans y 4×4 que se llaman entre si por radio para decir dónde están los animales. El campamento dispone de cuatro tiendas dobles, todas con cuarto de baño completo. Las dos tiendas superiores son de auténtico lujo, terrazas panorámicas sobre el río, mucho espacio y un gran cuarto de baño. Las otras dos tiendas son más sencillas pero perfectamente adecuadas y cómodas. El salón, comedor y el bien surtido bar, se encuentran todos bajo una gran carpa con una chimenea de piedra.
He estado en lodges dentro de la reserva natural y me lo he pasado genial, pero la verdad es que la experiencia que se vive en un campamento tan exclusivo e íntimo como el Cheetah Tented camp o el Enkerende, (que visitamos después) no tiene nada que ver con el típico safari de paquete. En los lodges normalmente se incluyen dos game drive: una de dos horas por la mañana y otras dos horas al atardecer y punto. Pero aquí, el cliente manda y puede salir a ver animales como y cuando quiera. Después de un generoso aperitivo de vino y embutidos españoles sale el tema de lo animales nocturnos –¿Queréis verlos?– nos pregunta Jorge como si se le acaba de ocurrir la idea por primera vez, y dicho y hecho, diez minutos más tarde los focos de su todo terreno estaban iluminando una variedad enorme de fauna, en un improvisado pero espectacular game-drive nocturno. Todo ello antes de dar buena cuenta a una cena, café y copas delante de la chimenea.
A la mañana siguiente me desperté en la comodísima cama de mi tienda con un hipopótamo bailando claqué sobre mi cabeza…bueno eso me parecía hasta que me acordé que el “todo incluido” del Cheetah Tented Camp no tiene límite y aparentemente yo tampoco lo tengo. “Tengo que quitarme a este hipopótamo de la cabeza” me propuse y después de jurar que no volvería a beber en la vida y de una ducha caliente en el completísimo cuarto de baño de mi “tienda” salí a despejarme en el aire fresco que subía del río Mara. Durante el paseo por los jardines del campamento me parecía que seguía soñando (o seguía bajo los efectos de la hospitalidad de Jorge) porque los árboles y aves estaban pintados en los tonos anaranjados de los primeros rayos del sol africano y de hipos y cocodrilos bañados por el rojizo agua río mara como de la mano de Gaugin.
Antes de encontrarme con Jorge y el guía Maasai, William, para un paseo por la orilla del río, este lugar había obrado el milagro: el hipo había dejado el claqué cerebral para volver con su familia en el río y su lugar en mi cabeza estaba ocupado por una gran ilusión por disfrutar de otro día de sensaciones únicas.
Después del paseo a pie en el que vimos jirafas, cebras, ñus, okapis y gacelas todo ello ilustrado por las enciclopédicas explicaciones de William sobre la interpretación Maasai de la naturaleza me sorprendió mi apetito que reapareció de repente como un corcho que sale triunfal a la superficie después de un tsunami de “primeras marcas”. “Debemos volver a desayunar” comenté a William y este se limitó a señalar con su lanza a un punto un poco más allá, al otro lado de uno de las mayores salidas de hipopótamo del Mara, donde una mesa estaba puesta y esperaban los cocineros del campamento ansiosos por prepararme un tortilla a mi gusto en pleno campo.
Así que es ese sitio, escasas dos horas después de jurar que no probaría el alcohol en la vida, me encontraba brindando junto al incombustible Jorge con cava “por el sol y la luna”. Aquí sol y luna seguían altos en el cielo al mismo tiempo como si ninguno quisiera perder ni un momento de la jornada en este paraíso. Yo igual que la luna no quería romper la magia y despedirme de ese sitio ni de la gente que lo mantenía tan especial pero igual que ella sabía que era inútil resistirme a lo inevitable. Así pues tuvimos que despedirnos del Cheetah Tented Camp que, aunque inevitable no resultaba sencillo porque la plantilla entera salió a darnos un abrazo cariñoso y sincero a cada uno. Todo el personal del campamento se quedó saludando con la mano y hasta que nuestro todoterreno se perdió en el horizonte y el polvo rojizo tapaba todo menos sus imborrables y blancas sonrisas como el gato invisible de Alicia en su país de maravillas.
En los pocos kilómetros que hay desde el campamento hasta la puerta de la reserva vimos elefantes, babuinos, jirafas, cebras, antílopes, chacales, hienas, búfalos y un larguísimo etc. Jorge y William no sólo avistaron los animales sino que nos explicaron mucho sobre su comportamiento y sobre el ecosistema que habitan. Por ejemplo vimos a dos leones custodiando a una leona solitaria y de mirada triste. Jorge nos explicó que los leones son nómadas hasta que forman su propia manada y que estos dos jóvenes nómadas habrían “raptado” a la pobre leona la noche anterior. Quinientos metros más adelante encontramos al león a quien seguramente habrían quitado la hembra. Intentar impedirlo le había costado literalmente un ojo de la cara.
La experiencia de observar estos animales en su entorno natural no tiene nada que ver con verlos en cautividad. Es difícil explicar la emoción de encontrar a un grupo de leonas en su “contexto natural”, a la sombra de un árbol y rodeadas de kilómetros y kilómetros de campo, salpicado por grandes manadas de animales salvajes que se pierden por el colorido y amplísimo horizonte. Aquí hasta el cielo parece más grande.
Mientras contemplaba escena tras escena como alguien que admira por primera vez hermosos cuadros en un museo, poco a poco empezaba a comprender. Aquí todas las piezas encajan, la naturaleza, en todo su esplendor y crudeza, el paisaje, la fauna, la flora y hasta el hombre parecen tener su lugar y su papel en esta gran comedia de la vida. Empecé a entender porque los Maasai han protegido durante siglos su cultura y estilo de vida sin aspirar a “mejorarlo” y comprendí porque Jorge y Mariola no quieren vivir en ningún otro sitio del mundo.
Mi siguiente parada fue en otro campamento español a orillas del Mara, un poco río arriba. Al conductor de nuestro 4×4 le costó encontrar el Enkerende Tented Camp, no sólo porque lleva poco más de un año en funcionamiento sino porque está tan integrado en el entorno que no tiene ni caminos ni vallas. Cuando por fin cruzamos el sencillo arco de ramas de acacia que señala la entrada al campamento y el inicio de la experiencia Enkerende nos recibieron un grupo de Maasai con su característica sonrisa y su baile tradicional. Esta gente saben dar la bienvenida como nadie. No es casualidad que en su idioma no existan las palabras “forastero” o “extranjero” sino solamente “huésped” o “invitado”. El singular comité de bienvenida incluía también una joven gacela Thompson llamado Keko que fue adoptado por Rául y Cristina, los dueños alicantinos del Enkerende.
Seguimos pues el cortejo hasta el campamento en sí, donde nos esperaban Raúl y Cristina. Primero nos enseñaron, con merecido orgullo, el campamento: dos tiendas dobles (o triples) con vistas al río y dos con vistas al campo donde pastan cebras y jirafas, todas comodísimas y con originales y completos cuartos de baño. También cuentan con la zona de bar y restaurante (que se usa sobre todo cuando llueve porque la mayoría de las comidas se sirven en originales y hermosos rincones al fresco) y hasta una pequeña piscina. Después del tour acompañamos a nuestros anfitriones en un corto paseo hasta uno de esos rincones singulares, justo a la orilla del río, donde nos habían preparado un almuerzo de lujo. Una vez más fue todo un desafío no mancharme porque tuve que repartir mi concentración entre los hipopótamos a escasos metros de distancia, la vista espectacular, escuchar la historia de Raúl y Cristina y atinar con la lasaña y el vino.
Por la tarde Raúl y uno de los Maasais de la “familia Enkerende”, que así se refieren Raúl y Cristina a sus empleados (quien a su vez les corresponden llamándoles “Mama y Papá”) nos sugirieron un safari a pie. Desde la misma puerta del campamento pudimos ver animales pero sobre todo había muchísimo que aprender de la inagotable sabiduría Maasai que sabe interpretar cada centímetro de su amada tierra. Desde los rastros y excrementos de los animales a cada hoja, rama, flor o corteza de cada árbol, insectos, rocas…todo tenía su historia, su porque y su lugar.
Este fue mi tercer viaje a Kenia y me sigue sorprendiendo. En el primero, hace 20 años, me fijé, como todo el mundo, en los animales. Porque la primera vez que uno ve un elefante de cerca en su hábitat natural impresiona mucho y no necesitas más estimulo que eso (también me fijaba en mi esposa claro porque estaba de luna de miel). En mi segundo viaje, el año pasado, me impresionó más el paisaje y los colores, es decir el contexto en el que observaba a los animales que era tan bello y conmovedor como los animales en si.
Esa noche disfrutamos primero de una Tusker (la cerveza local) reunidos alrededor de una gran hoguera mientras comentábamos la experiencia Enkerende de esa tarde y luego degustamos manjares africanos en una divertida cena a la luz de las linternas de keroseno colgadas de un árbol seco.
En esta, mi tercera visita, y gracias a Raúl y Cristina, Jorge y Mariola y sus respectivos equipos estaba disfrutando de los detalles de Kenia. Disfrutaba de las formas y texturas, de olores y sabores. Raúl habla siempre de “la Experiencia Enkerende” para intentar transmitir todo lo que sienten sus clientes cuando les lleva a una Manyatta Maasai o un mercado de ganado, cuando abrazan a los niños en la escuela que están manteniendo con las ganancias del Enkerende o cuando acampan en una tienda temporal durante una excursión de dos días a pie en plena naturaleza. Estuve muy poco tiempo en este lugar, demasiado poco para mi gusto, pero lo suficiente para comprender esta vocación experiencial de Raúl y Cristina. En cualquier de los muchos lodges o campamentos más famosos de Kenia vas a quedar plenamente satisfecho y probablemente maravillado. En cualquiera de ellos vas a ver Kenia en todo su esplendor pero en estos dos proyectos tan individuales y llevados con tanto cariño y pasión, no sólo ves Kenia, y más de cerca, sino que sientes Kenia. La diferencia es como pasar por delante de una chica guapísima en el coche (que siempre anima) o bajarte a invitarla a cenar (que puede cambiar tu vida para siempre). Pero te repito el aviso con el que comencé este post…cuidado Kenia te puede enamorar.