Casi siempre hay una cara escondida de todas las cosas. Y de los lugares, también. Hace un par de semanas tuvimos el placer de descubrir que en Lloret de Mar no sólo hay turismo de masas y borrachera, sino también propuestas hoteleras con encanto, estilo e íntimas. Nos contactaron desde Sant Pere del Bosc Hotel (5 estrellas) para comunicarnos que la guía Gourmand los había seleccionado como Mejor Hotel 2013 en Cataluña, y nos invitaban a visitarles. Un fin de semana bastó para relajarnos alejados del mundanal ruido, comer bien, disfrutar de unas preciosas vistas al Mediterráneo y comprobar el porqué de esta distinción.
Aunque se encuentre en el término municipal de Lloret de Mar, Sant Pere del Bosc está situado en la montaña, solitario en medio de un pinar que tanto evoca a la Costa Brava. Lo separa del núcleo de la población un trayecto en coche de apenas 10 minutos, pero a efectos prácticos y filosóficos se encuentra en las antípodas del tipo de turismo que ofrece el pueblo de Lloret.
Fieles al pasado
Los orígenes de Sant Pere del Bosc se remontan al siglo X, cuando lo empezaron a ocupar monjes benedictinos. En 1694 fue invadido e incendiado por invasores franceses, y el monasterio se clausuró. Posteriormente, en 1797, se reconstruyó con estilo barroco, y en 1860, con la desamortización de Mendizábal, el monasterio fue subastado y adquirido por Nicolau Font, un catalán que volvió rico de las indias (América). Sus descendientes le erigieron un monumento en la plaza de delante del edificio y la actual dirección del hotel ha bautizado el restaurante como L’índià en su honor.
Font encargó al aclamado arquitecto modernista Josep Puig i Cadafalch la restauración y reforma del edificio a finales del siglo XIX, y después de funcionar varios siglos como monasterio benedictino albergó un asilo hasta la década de los 60 del pasado siglo, cuando se abandonó a su suerte. Cincuenta años más tarde le han lavado la cara y convertido un auténtico resort de lujo. La familia propietaria del establecimiento ha hecho titánicos esfuerzos para preservar la historia y orígenes del complejo, declarado Patrimonio histórico; además de conservar la estructura del edificio, muchos de los muebles que hay en las habitaciones son originales y están restaurados. Así, vetustas escribanías, cajoneras o espejos comparten ahora espacio con modernas camas, cortinas o baños.
Cuidando cada detalle
Nada más llegar a la recepción el cliente es instruido acerca de los años de historia que acumulan sus paredes y rincones, y se le invita a dar un paseo por las instalaciones. También se le da a elegir un aroma con el que será impregnada su habitación, otro de los muchos detalles con el que los responsables consiguen que la estancia sea única. Y es que las apenas 19 habitaciones disponibles hace que el trato sea cercano y personalizado.
Todas las suites que conforman el hotel tienen nombre de mujer, nada raro en un negocio diseñado y gobernado básicamente por ellas. Las estancias son grandes y cómodas, y en el exterior hay una zona ajardinada que hace las delicias de los huéspedes cuando llega el buen tiempo. Al lado de la piscina de agua de sal se encuentra un pequeño spa, tal vez menos completo de lo que uno se pueda imaginar de entrada pero suficiente para relajarse y salir renovado. Allí se pueden contratar tratamientos faciales y varios tipos de masaje, alguno de ellos en pareja. A pesar de que las instalaciones inviten al relax, en Sant Pere del Bosc uno puede hacer un sinfín de actividades: caminatas por los senderos que surcan el bosque; excursiones en bicicleta –que provee el propio establecimiento-; escaparse a alguna de las calas recónditas que aún conserva la costa de Lloret o ir a jugar al golf a un cercano club.
Cuando nos dejamos guiar sólo por los tópicos nos perdemos muchas cosas, y a veces la cara B de un lugar vale mucho la pena.
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