Tras la crónica de Chris de su recorrido por Santiago de Chile, ahora nos sorprende con su descripción sobre la Patagonia chilena.
¡Seguimos recorriendo los paisajes más exóticos del Sur de América!
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La cortés y cálida bienvenida que nos brindó Carlos, el chofer del Hotel Remota (Puerto Natales) dentro del minúsculo aeropuerto de Punta Arenas, contrasta con el bofetón de viento y lluvia con el que nos recibió la Patagonia al salir al parking. Me habían avisado que en la zona más austral de Chile se puede vivir las cuatro estaciones en un solo día. Pensé que era un tópico pero ahora doy fe… y parece que yo había llegado en pleno invierno del miércoles.
A los pocos minutos de salir del aeropuerto, Carlos se desvió del camino para invitarnos a dar un paseo por una playa desde la que podríamos contemplar las gélidas aguas del estrecho de Magallanes que, hasta la construcción del canal de Panamá, fue el único paso marítimo posible entre Atlántico y Pacífico (muy transitado por los buscadores de oro de California). La franja de tierra que teníamos enfrente es la isla de Tierra de Fuego, llamado así porque la población indígena tenía poca ropa para abrigarse del mismo viento que me estaban perforando mi abrigo de Goretex, y preferían calentarse con hogueras. Los marineros españoles que acompañaron a Fernando de Magallanes en su viaje por el estrecho vieron las hogueras y bautizaron la isla con su apellido.
La cantidad de conchas de mejillón que encontré en la playa me recordaron por un instante al suelo de un bar en el casco antiguo de Alicante pero sobre todo me recordaron que había salido de mi hotel de Santiago a las seis de la madrugada y tenía hambre. Cuando volví al calor del bus el muy atento Carlos me había leído los pensamientos o se había adelantado a mis necesidades (cosa que haría muchas veces en los próximos días), y nos tenía preparado una merienda de riquísimos bocadillos y madalenas caseras. Ya sé que hay gente para todo pero creo sinceramente que el aviso “playa no apta para baño” sobra.
Según progresábamos por la Ruta 9 hacía Puerto Natales me quedé embobado mirando como la inmensa “pampa” cambiaba de color por los caprichos del viento que hacia pasar las nubes delante del sol como un carrusel de diapositivas. Algunas nubes descargaron lluvia en el horizonte añadiendo un arco iris como broche final de esta obra de arte enmarcado en el parabrisas del bus. De repente, una fila de extrañas formas sobre palos de acero aparecen en el horizonte. “Un monumento al viento” me dice Carlos, anticipándose a mi pregunta. Salí del microbús para hacer una foto, bueno mejor dicho me caí del bus porque el homenajeado viento casi arrancó la puerta y con ella mi brazo. Es testimonio de la capacidad del ser humano de adaptarse a su entorno y de ver el vaso medio lleno cuando si lo único que hay en un páramo a todas luces hostil es el viento y van y ponen un monumento a la cosa que les está amargando la existencia. El caso es que esta obra tan singular como inesperada rompe la monotonía del horizonte con mucho estilo y arte.
Poco después del monumento al viento, la pampa empezaba a ondularse como una enorme y mullida alfombra con el que se ha tropezado un gigante. El paisaje empieza a cambiar a medida que nos acercamos a Puerto Natales, a 250 kilómetros al norte de Punta Arenas.
Si era invierno cuando salimos de Punta Arenas, la primavera y verano debieron de haber pasado mientras me echaba una cabezadita porque cuando llegamos a la oscura silueta del Hotel Remota el tiempo era cuanto menos otoñal.
Una vez más, el frío del clima contrastaba con la hospitalidad y calidez humana del equipo del hotel que salieron a nuestro encuentro antes que Carlos tuviera tiempo de poner el freno de mano.
He tenido ocasión de alojarme en unos cuantos hoteles en mi vida, algunos de mucho lujo, estrellas y fama pero el servicio que he disfrutado en el Remota consiguió sorprenderme. Se ha conseguido un equilibrio perfecto entre la deferencia exigida en un producto de lujo (con precios de lujo) y la relajación y liberación de formalidades necesarias para comprender y disfrutar de la naturaleza de este lugar tan especial. En un sin fin de detalles es evidente que todo el hotel está pensado para que el visitante disfrute con todos los sentidos. Detalles como que la estructura portante de edificio, en forma de columnas de hormigón estén separadas de las paredes y ventanales para que el edificio pueda moverse con el viento y dar al visitante la sensación de estar en una gigantesca tienda de campaña (¡Créanme se mueven de verdad!). El único hilo musical del hotel es el que pone la madre naturaleza desde fuera, lluvia o granizo contra cristales, el viento o el canto de las aves. No hay televisión, ni falta les hace porque por cada una de sus ventanales se puede ver un documental de naturaleza en vivo y directo.
Comer la sopa de centollo me resulto algo complicado, no porque no fuera deliciosa, sino porque no podía quitar los ojos ni cerrar la boca de la siempre cambiante vista del fiordo que tenía enfrente. Justo cuando terminábamos de comer se presentó Javier, que iba a ser nuestro guía particular durante la estancia. El Remota, ha emulado la innovadora fórmula “todo incluido” de los hoteles Explora y el cliente puede elegir cada tarde, aconsejado por su guía personal y por el hombre del tiempo, qué actividad quiere hacer el día siguiente: senderismo, kayak, paseos a caballo, bicicleta de montaña, etc.
Los guías saben todo sobre la historia, flora y fauna pero han sido entrenados para ser discretos y sensibles a las necesidades de sus clientes acompañando en silencio si así lo prefiere el cliente. Este no fue nuestro caso; hacer senderismo con Javier era como ir de paseo con la Wikipedia y disfruté como un niño haciendo preguntas simplemente por comprobar que tienen respuesta. En este primer encuentro acordamos que quedaban pocas horas de luz y lo mejor sería una vuelta rápida por Puerto Natales y descansar para la caminata de cinco horas del día siguiente.
Esa noche me quedé dormido con una sensación de paz y bienestar que – aunque no niego que pueda haber influido el excelente tinto chileno de la cena – creo sinceramente se debió a la sensación de estar lejos, muy lejos de mis preocupaciones cotidianas y cerca, muy cerca de la naturaleza. Soñé con los paisajes espectaculares que iba a ver al día siguiente, sin saber que la realidad del Parque Nacional Torres del Paine iba a superar mis sueños.