Ya lo han dicho miles de veces muchos de sus habitantes, pero nunca está demás recordarlo: el privilegio de vivir en Barcelona es poder estar en una ciudad que es justo la medida – lo suficientemente grande como para ser una gran metropoli europea y lo suficientemente pequeña como para contar con una calidad de vida inmejorable -, pero además su cercanía al mar.
Desde los años 90, cuando Barcelona se convirtió en ciudad olímpica vivió quizás la transformación más importante tras un siglo de crecimiento del Ensanche que diseño Ildefons Cerdà, y este cambio ha sido fundamentalmente voltear la mirada al mar Mediterráneo. Ya han pasado casi 20 años y la costa barcelonesa es indiscutiblemente un centro neurálgico, sobre todo en los meses de verano.
Se cree que Barcelona es una ciudad sin rincones por descubrir, pero viviendo en esta ciudad te percatas de que parte de su personalidad es precisamente que muchos rincones y lugares escondidos emergen, mueren o renacen. Precisamente, uno de mis lugares favoritos de la ciudad es el Moll de Xaloc, ubicado justo en el Port Olímpic.
Este lugar te permite disfrutar de todo el esplendor de Barcelona en soledad, nada mejor que un atardecer de otoño para comtemplar cómo el sol dibuja en el horizonte el skyline de la ciudad: el Tibidabo, Montjuic, La Sagrada Familia, la estatua de Colón…y al otro lado el Mediterráneo, más cercano que nunca con un azul intenso. Es justo el punto en el que Barcelona abraza el mar y viceversa.
¿Te gustaría conocerlo? Haz clic aquí para ver su ubicación. Te recomiento llegar hasta allí en bici, llevarte un buen libro y algo para merendar.