No hace falta viajar doce horas en avión para conocer una cultura diferente y ancestral; comer extremadamente bien; escuchar fonemas ininteligibles y descubrir tradiciones nobles. Digo que no hace falta porque todos estos ingredientes tan ‘exóticos’ los podemos encontrar bien cerca: en Euskadi.
El pasado fin de semana fuimos invitados por Bizkaia Costa Vasca a conocer una pequeña pero preciosa porción de esta región. Nos dejamos seducir por los agrestes acantilados que aparecen cuando la tierra besa un mar cantábrico siempre bravío; descubrimos a bordo de un pesquero lo que debe experimentar una gaviota que planea por la ría de Bilbao y pasa por debajo del puente de Portugalete; y entendimos un poco mejor la estrecha relación que tiene un pueblo con el mar. De algunas de estas experiencias hablaremos en otra ocasión, pues hoy toca explicar qué se siente al enfundar una cesta punta y encararse al frontón más bonito del mundo.
Desde que era pequeño asocio el País Vasco a marineros curtidos, pintxos en tabernas, y al ruido de las pelotas que golpean los verdes frontones. En anteriores visitas a la zona ya había podido degustar su elaborada gastronomía y también sufrir unas lluvias que escasean en el Mediterráneo. Esta vez, sin embargo, me pude poner en la piel de un pelotari en el mejor escenario posible: el Jai Alai de Gernika.
El Jai Alai (literalmente fiesta alegre) es el nombre que recibe un magnífico frontón situado en el corazón de la ciudad que retrató Picasso, a escasos metros de la Casa de Juntas, embrión político vasco. Fue diseñado por el arquitecto Secundino Zuazo en 1963 y su construcción apenas demoró un año. Hoy presenta un magnífico aspecto gracias a la rehabilitación que se acometió en 2008. Entrar en este templo de la pelota y escuchar los golpes secos contra la pared de mármol negro eriza el bello a cualquiera. Allí conocimos a dos leyendas de la cesta punta: Gonzalo Beaskoetxea (campeón del mundo y padre del actual mejor pelotari del planeta) y Edorta Basterretxea, un apasionado de este deporte y gran profesor. Entre los dos nos transmitieron el amor que se puede llegar a tener por una tradición tan propia y nos explicaron los entresijos de este deporte.
Desconocía, por ejemplo, que las pelotas contenían un pequeño núcleo de piedra al que se añadían diferentes capas de cuero hasta darle forma. Su elaboración aún hoy es completamente artesanal y por eso el precio de cada pelota asciende a más de 100 euros. Además, debido a los duros golpes que les dan contra la pared (la hacen viajar a más de 300 kilómetros por hora, convirtiendo la cesta punta en el deporte de pelota más veloz del mundo) después de cada partido les hacen descansar unos tres meses antes de volver a ser ‘machacadas’. En algunos casos, incluso, deben pasar por ‘enfermería’ para cambiar el cuero exterior.
La otra parte indispensable de este juego –y que lo hace aún más peculiar– es la cesta que se enfundan los pelotaris. Esta prolongación del brazo, elaborada también de manera artesanal con madera de castaño y mimbre, se acopla a la mano gracias a un guante de cuero. El coste de uno de estos ejemplares, que dicho sea de paso tienen una vida útil de pocos meses, ¡es de más de 500 euros! Al principio uno se siente un poco Eduardo Manos Tijeras, pero al poco rato la cesta se convierte en parte del cuerpo.
Después de una agradable charla sobre la historia del deporte y las particularidades del juego pudimos saltar a la cancha. Nos apretamos bien una cesta (que varía según el tamaño del pelotari) y empezamos a practicar el golpeo contra la pared. A diferencia del frontón, la cesta punta conlleva cierta dificultad inicial. Para golpear bien hay que estirar totalmente recto el brazo, mantener la muñeca extendida y hacerlo girar sin rigidez por encima de nuestra cabeza, como una noria. Si las instrucciones por escrito no quedan claras en la pista aún menos, y lo más normal es mandar la pelota directamente al suelo y dar gracias por no golpearte con la cesta. Al ver jugar a los profesionales, en cambio, sus movimientos son naturales y perfectos, y parecen emular una danza solitaria. A parte del golpeo clásico existe otro tipo, el revés, que a pesar de parecer más heterodoxo permite afinar mejor la puntería. Sea como sea, llegar a pelotear en condiciones con un compañero no es cosa de una mañana sino de unas cuantas mañanas.
Sudados pero satisfechos tras haber emulado a los grandes pelotaris vascos de cesta punta (hoy los mejores viven en países como Estados Unidos, donde aún se juegan ligas regulares) aparcamos el guante y las pelotas para descansar en alguno de los 1.500 asientos que posee el Jai Alai. Observar la magnitud de este pabellón completamente vacío mientras recuperábamos el aliento fue una experiencia casi mística. Ahora solo falta volver al Jai Alai un día de partido, y prometo no morir antes de hacerlo.
Jai Alai de Gernika-Lumo (Bizkaia)
Dirección: Carlos Gangoiti, 14
Horarios: de lunes a domingo de 16 a 19 horas
Entrada: libre (excepto los días de partido)
Visitas guiadas: los sábados a las 11 horas (5€)
Página web: http://gernikajaialai.blogspot.com.es/
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