Quizás suene a tópico, pero viajar a Euskadi y hablar de Donostia o San Sebastián sin mencionar sus múltiples y más conocidos rincones sería un crimen. La capital de Gipuzcoa en el País Vasco es uno de los destinos turísticos más famosos no sólo de España sino a nivel Europeo y mundial, a pesar de que no es una gran metrópolis. De hecho, uno de los mayores encantos de esta ciudad recae en que tiene un tamaño pequeño y una población que no supera los 200.000 habitantes, pero que aun así tiene un aire distinguido y cosmopolita.
La Bahía de la Concha, forma el enclave donde se encuentran una buena parte de los atractivos de esta ciudad. Este lugar, que alberga la famosa playa del mismo nombre, es una de las playas urbanas más reconocidas de España y junto a las contiguas de Ondarreta y Zurriola, forman un paseo de poco menos de 3 kilómetros de costa de arena fina, y que en los últimos tiempos se ha convertido en un destino popular para practicar el surf. Justo delante de la Bahía de la Concha se encuentra la Isla de Santa Clara, una escarpada isleta de 48 metros de altura, que ofrece vistas increíbles de la Bahía de la Concha desde su faro. Visitarla es toda una experiencia y es posible hacerlo desde el Puerto de San Sebastián mediante un servicio de barco que zarpa cada media hora.
Hacia el extremo este, entre el río Urumea y la Bahía de la Concha, se encuentra el Palacio de Congresos y Auditorio Kursaal, obra del arquitecto español Rafael Moneo, y desde 1999 sede del Festival de Cine de San Sebastián, gran certamen del cine que también ha conseguido poner a Donostia en el mapa mundial una vez al año, y que es visitado por artistas internacionales consagrados. Inicialmente la sede del Kursaal no tuvo una acogida demasiado cálida entre la población, ya que era un edificio moderno cuya estructura de cristal contrastaba enormemente con las clásicas fachadas de estilo francés, pero con el tiempo se ha convertido en un monumento apreciado por todos los donostiarras. Además ha tenido un gran impacto tanto en la vida cultural de la ciudad, como en un incremento del turismo.
Si nos trasladamos el extremo oeste, encontraremos uno de los rincones más especiales y visitados de esta urbe, el Peine del Viento. En este lugar se ubican tres esculturas de acero del artista Eduardo Chillida, sobre una plataforma incrustada en las rocas. Sobre dicha plataforma se horadaron una serie de aberturas que dependiendo de la marea y el viento, hacen que el agua del mar salga a través de ellas alcanzando varios metros de altura según la intensidad del rompimiento de las aguas contra las rocas, como una especie de géiser diseñado por el hombre.
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