Francia es un país que me gusta desde pequeño, y lo he visitado (más fugazmente que largas estancias) en numerosas ocasiones. Dado su acervo cultural y gastronómico, no es de extrañar que enamore a todo turista que lo visite, sobre todo a los que provienen de lugares más lejanos como Norteamérica o Asia. Sin embargo, no estaba en mis planes visitar la región más septentrional del país: Nord-Pas de Calais, un territorio que formó parte de los Países Bajos Españoles en el siglo XVI. Hasta que me llegó un mail de la Oficina de Turismo de Francia. Nos lanzaron un reto difícil de asumir: conocer en apenas tres días la tierra de los Ch’ti (¿quién no recuerda la aclamada película ‘Bienvenidos al Norte’?), una región rica en parajes naturales, museos, arquitectura, historia y gastronomía. A continuación explicaré brevemente cuál fue el recorrido realizado, y en futuros post desgranaré lo que más me gustó de este viaje. Antes de entrar en materia, aviso a navegantes: si todavía no habéis escogido vuestro destino de vacaciones tomad esta región en seria consideración, pues os sorprenderá gratamente.
Desde Barcelona volamos en apenas hora y media a París en un vuelo de Air France, compañía que a diferencia de otras no te pone pegas si te pasas con el equipaje de mano. En el mismo aeropuerto tomamos un tren de alta velocidad (TGV) dirección norte hasta Lille, y en 50 minutos nos plantamos en una de las ciudades universitarias más bonitas y dinámicas en las que he estado. Lille la dejamos para el final del viaje, puesto que empezamos el periplo por unas marismas pequeñas pero muy apacibles que desconocía: las marismas de Clairmarais, cerca del municipio de Saint-Omer. Se puede navegar silenciosamente por estos canales en botes propulsados por energía eléctrica y observar el día a día de los vecinos, cuyas casas dan al agua, así como la fauna y flora que habita las marismas. Esta zona es ideal para descansar unos días en familia, ya que los alojamientos están en plena naturaleza y se puede degustar la buenísima gastronomía de la región. Conviene no perderse ni una puesta de sol, pues son para enmarcar.
Nuestra siguiente parada fue la Costa de Ópalo (Côte d’Opale). Tal vez la franja costera más conocida de Francia sea la de Bretaña o Normandía, ambas más al sur, pero esta es igualmente bella. Pequeños pueblos de pescadores se suceden uno tras otro, y a todos ellos los rodea un bonito paisaje verde moteado por más de 500 búnkeres herencia de la Primera Guerra Mundial. Esta costa, que va de Calais a Boulogne-sur-Mer -el principal puerto pesquero del país- es la que se haya más cerca de Inglaterra; ambos territorios llegan a estar a apenas 34 kilómetros. Y los días soleados deparan una agradable sorpresa: se puede ver a lo lejos los claros acantilados de Dover.
Después de tanta tranquilidad nos desplazamos a Lens, una antigua ciudad minera e industrial que tras unos difíciles años de reconversión económica se ha sabido reinventar orientándose al turismo cultural. Su atractivo estrella es el museo del Louvre de Lens, una delegación del centro parisino que abrió sus puertas hace apenas un año y por el que ya ha pasado un millón de visitantes. Su visita es obligada, tanto por la belleza del edificio como por las obras expuestas. Una particularidad de este centro es que su depósito de obras está a la vista, y además organiza visitas y talleres a las que están en restauración.
Lens tal vez sea bastante conocida entre el público español (el fútbol ayuda, no nos engañemos), pero a poca gente le sonará Douai. Y es una pena, ya que esta ciudad de origen romano está repleta de edificios de piedra y campanarios, y es también el hogar de los gigantes Gayant, toda una institución. A menos de 20 kilómetros de Douai se encuentra el Centro Histórico Minero de Lewarde, una antigua mina de carbón reconvertida en museo-centro de interpretación de la minería. Las instalaciones y galerías han quedado intactas, y es muy fácil ponerse en la piel de los sufridos mineros que trabajaron en ella hasta los años ’70. No en vano, fueron los propios mineros los que se encargaron de su reconstrucción y adecuación para que el gran público pueda recorrerla hoy. La visita al centro es imprescindible si se quiere conocer el pasado minero de la zona, un pasado que comparten otras regiones españolas como Asturias o El Bierzo.
El fin del recorrido fue la siempre animada Lille, una ciudad ubicada a tan sólo 12 kilómetros de Bélgica cuyo origen data del siglo X, cuando era una isla rodeada de agua (de ahí su nombre L’ille –la isla–). De su sucio pasado industrial hoy no queda rastro. En cambio, en sus calles se respira juventud, cultura y deporte. En el 2004 fue designada Ciudad Europea de la Cultura, y desde entonces se ha erigido en un epicentro cultural y artístico de referencia en toda la región.
Marismas, costa, arquitectura, historia, arte, gastronomía, música…infinitos reclamos son los que tiene una abarcable región como Nord-Pas de Calais. Tal vez lo más grave sea que quien escribe estas líneas desconocía todos y cada uno de los encantos que atesora la región más norteña del país galo.
Fotografías y textos: Daniel Gutiérrez Abella