Cuesta muy poco que te cuelguen un sambenito, y una eternidad en deshacerte de él. Y si hablamos de destinos turísticos, una vez te encasillan en una categoría es difícil salir de ella. Sin embargo, hace ya algún tiempo que las autoridades de Lloret de Mar se han dado cuenta de que el turismo de sangría, paella (precocinada, claro está) y fiesta –95 discotecas– no es la panacea, y con buen criterio se han apresurado a mostrar los encantos que tiene esta población con pasado marino, –aunque hoy sólo queden dos pescadores–. Para ello, la novena ciudad con más camas de España –¡¡31.000!!– ha puesto en marcha una muy original campaña con la que intenta derribar mitos. Nosotros tuvimos la suerte de recorrer con una fantástica guía de Turismo de Lloret cuatro tesoros culturales situados en esta población y que la mayoría de viajeros desconoce. Éstas son las joyas que esconde Lloret y que lo hacen merecedor de una visita.
1. Cementerio modernista
A pesar de que el municipio ya contaba con dos cementerios, en 1901 se construyó uno nuevo en las afueras para que aquellos que volvían a casa después de hacer las américas (muchos retornaron al independizarse Cuba de España) cargados de capital, los indianos, tuvieran un lugar de reposo eterno e distinguido. Se dice que los indianos o americanos, de regreso a su madre patria hacían tres cosas: se casaban, se compraban una gran finca, y construían un ostentoso panteón para la familia. Sus ganas de distinción nos ha llegado en forma de un riquísimo cementerio modernista repleto de esculturas de toda índole.
El cementerio está dividido en tres partes: en la superior se hallan los grandes panteones, donde descansan los más ricos; en la parte del medio se encuentra la clase media, aquí todavía podemos encontrar alguna escultura o lápida interesante; y en la parte baja, como no podría ser de otra manera, están apilados los nichos más modestos. Predominan esculturas de la muerte o de ángeles durmientes, y podemos descubrir joyas de autores como Josep Puig i Cadafalch, Bonaventura Conill –discípulo de Antoni Gaudí–, o Montobbio.
2. Sant Pere del Bosc
En febrero de 2013 ya tuvimos la suerte de visitar y hospedarnos en este singular hotel ubicado en un antiguo convento benedictino. Construido en el siglo X en medio del bosque, este convento fue subastado en 1836 en el marco de la desamortización que impulsó Mendizábal. Un pudiente indiano, Nicolau Font, no desaprovechó la ocasión de hacerse con él, y después de algunas reformas se trasladó a vivir. La construcción es de planta gótica, aunque su interior es barroco, y el exterior fue reformado por el mismísimo Josep Puig i Cadafalch. Entre 1922 y 1950 el inmueble acogió una residencia de ancianos, y después de estar abandonado durante medio siglo abrió de nuevo las puertas en 2011 como hotel de lujo –5 estrellas, 19 habitaciones personalizadas–. Al edificio principal le acompaña una capilla anexa en la que todavía se ofician bodas, y una ermita de 1750. Además del hotel, en el recinto hay un restaurante indiano gestionado por Nico Cabanyes, descendiente de Nicolau Font.
Aunque Sant Pere del Bosc sea en la actualidad un hotel privado, lo propietarios dejan que cualquier visitante pasee por las instalaciones y contemple tanto el edificio como las magníficas vistas del mar que se tienen desde la plaza principal y la piscina exterior de agua salada. Llegar hasta Sant Pere es una pequeña aventura; se encuentra a apenas 5 kilómetros del pueblo pero la carretera no está asfaltada, la cual cosa propicia que nunca haya aglomeraciones en las inmediaciones, salvo algún ciclista en BTT que rueda por los caminos boscosos aledaños.
3. Jardines de Santa Clotilde
La tercera visita imprescindible en Lloret es uno de los jardines más espectaculares y mejor cuidados del país y el monumento más visitado del municipio. Se ubica en unas antiguas viñas que dan al mar y que fueron gravemente afectadas por la filoxera. Cuando los payeses no pudieron seguir trabajando esta tierra se la vendieron al Marqués de Roviralta, quien compró 27.000 metros cuadrados y mandó al polifacético Nicolau Rubió i Tudurí –discípulo de Forestier– que diseñara un jardín en honor a su primera esposa, Clotilde Rocamora, que había fallecido muy joven.
El estilo del jardín es renacentista italiano y novecentista, y está estructurado a modo de terrazas. Al estar en pendiente, desde muchos puntos se vislumbra el mar y los bañistas que gozan de la playa. Este es un jardín romántico, no botánico, pero los amantes de las flores y las plantas encontrarán algunos ejemplares destacables. Y,evidentemente, también hay laurel, la hoja que dio nombre a la ciudad (llorer és laurel en catalán).
En la actualidad los jardines son de titularidad pública (entrada 5 euros, 2,5€ la reducida), aunque los legítimos propietarios son los descendientes de Roviralta, quienes lo han cedido al Ayuntamiento de Lloret por un período de 30 años. De hecho, dentro de los jardines hay construida una casa en la que todavía hoy veranea parte de la familia Roviralta.
4. Museo del Mar
Esta antigua casa indiana de Enric Garriga, constructor que hizo fortuna en Cienfuegos (Cuba), está situada justo enfrente del mar y acoge un pequeño pero interesantísimo museo marino en el que se explica el pasado marinero de Lloret. Y es que el mar era la principal fuente de ingresos de este pueblo antes de la llegada masiva de turistas en la década de los ’70 (cuando se le añadió la palabra Mar al topónimo). En el museo se pueden ver infinidad de maquetas de barcos, y las explicaciones sobre la evolución de la villa se dirigen tanto al público adulto como al infantil.
Acabamos este recorrido con una curiosidad que aprendimos en el marco de la Feria de los Indianos, que se celebra anualmente durante la segunda quincena del mes de junio. El cóctel daiquiri lo inventó un norteamericano, pero quien lo servía a la perfección en la Floridita a Ernest Hemingway, escritor que lo popularizó, era un barman de Lloret: Constantí Ribalaigua.
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